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7 de agosto de 2025

La Promesa Rota: Autopsia de la Fiebre por el Cine 3D

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Hubo un tiempo, no hace mucho, en que ponerse unas gafas de plástico oscuro en una sala de cine parecía el pasaporte a una nueva dimensión del entretenimiento. Liderada por el fenómeno global que fue “Avatar” (2009) de James Cameron, la tecnología 3D prometía romper la cuarta pared y sumergirnos en mundos cinematográficos como nunca antes. Hollywood apostó todo a esta carta, y por un momento, pareció que el futuro había llegado. Hoy, ese futuro luce como un recuerdo lejano y las proyecciones en tres dimensiones son una rareza en la cartelera. ¿Fue todo un espejismo tecnológico?

El ascenso y caída de la más reciente era del 3D es una crónica sobre cómo una innovación puede convertirse rápidamente en un artilugio. Tras el impacto de “Avatar”, que fue concebida y filmada nativamente en 3D, la industria sucumbió a la tentación del atajo: convertir películas rodadas en 2D a un formato tridimensional en la postproducción. El resultado, en la mayoría de los casos, fue una decepción.

Como explica el analista cinematográfico Félix Manuel Lora, “el cine 3D fue más una moda tecnológica que una verdadera evolución narrativa”. Salvo contadas excepciones, el efecto se aplicó como un gancho comercial, un barniz de profundidad sobre una historia que no lo necesitaba. La experiencia para el espectador se agrió progresivamente: las gafas eran incómodas, el sobreprecio de la entrada no se justificaba y la imagen, a menudo más oscura, restaba en lugar de sumar. El factor “wow” se desgastó, dejando al descubierto una técnica sin propósito artístico.

A esto se sumó el fracaso en el ámbito doméstico. Los televisores 3D, que requerían sus propias gafas y contenido específico, nunca despegaron. Mientras tanto, el streaming emergía como el verdadero titán del consumo audiovisual, ofreciendo comodidad y un catálogo infinito que hacía irrelevante la parafernalia tridimensional. “El contenido en plataformas, más accesible y variado, desplazó la necesidad de experiencias 3D en salas”, apunta Lora.

En la República Dominicana, el fenómeno fue un eco de la tendencia global. El impacto se limitó casi por completo a la exhibición de los grandes blockbusters de Hollywood. La producción local apenas incursionó en este formato, con la película de animación “3 al Rescate” (2011) como la solitaria y valiente excepción en un panorama dominado por los altos costos y la falta de especialización técnica.

Pese a su declive, el 3D no ha muerto del todo, sino que hiberna. Su legado, sin embargo, es palpable. Forzó a los cineastas a pensar de manera más consciente en la espacialidad y la profundidad de campo. Directores como Christopher Nolan, aunque reacios al 3D, buscan esa misma inmersión a través de formatos expansivos como IMAX.

Quizás el futuro del 3D, como sugiere Lora, no esté en el cine como lo conocemos, sino en su fusión con la realidad virtual y las experiencias inmersivas. La lección que nos deja esta fiebre efímera es clara: en el arte, la tecnología es una herramienta, no un fin. Sin una historia poderosa que la sostenga, la espectacularidad es solo un truco de magia con fecha de caducidad.

M2Noticias

Bacilio Valenzuela

Director de M2Noticias

Mercadólogo y consultor en comunicación estratégica

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