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22 de octubre de 2025 | 10:48 am

“Papi, Llámeme Urgente”: Un Relato de Pérdida y Amor Eterno

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Santo Domingo, 22 de octubre de 2025 | 10:45 AM

El 8 de agosto recibí una llamada de mi hijo Jeffrito, pero justo en ese momento estaba en una videollamada con mis tres hermanos, hablando de un asunto familiar muy importante. El teléfono sonaba y lo cerraba, sonaba y lo cerraba… hasta que, ante su insistencia, salí de la conferencia para escribirle por WhatsApp. Ahí vi un mensaje que me heló la sangre: “Papi, llámeme urgente.”

Jamás me había escrito algo así. Sentí un vacío en el pecho. Lo llamé enseguida… y, al contestar, con la voz entrecortada, me dio una noticia que no olvidaré jamás: un primo hermano suyo, Yeralmil Rodríguez Abreu, de apenas 20 años, a quien él consideraba su hermano, había tenido un accidente en Sánchez Ramírez, municipio Hernando Alonso, Cotuí, en un maldito motor.

Me puse a averiguar detalles, a llamar gente, a confirmar… Hasta que, poco después, Jeffrito volvió a marcar, esta vez para darme la peor noticia de todas: Yeralmil había fallecido.

Mi corazón se estremeció. No lo podía creer. Y digo “niño” porque eso era: un joven noble, de campo, sin malicia, decente, servicial. Vivía con sus padres y no quiso venir a la capital para no dejarlos solos. Se había inscrito en la universidad, soñaba con graduarse y ayudar a su madre.

Qué cruel y qué irónica es la vida. Tantos jóvenes de esa misma edad que andan atracando, se caen de motores en persecuciones policiales y echan carreras a velocidades fuera de control, violando todas las leyes… y a esos antisociales y delincuentes no les pasa nada. Son momentos como este en los que uno le pide a Dios que ore por uno mismo, porque con situaciones así, la fe tambalea.

Toda la familia quedó con el alma hecha pedazos. Esa madrugada, mientras la casa estaba en silencio, recibí un mensaje de mi hijo. Era una carta que había escrito con el corazón en las manos. Y hoy, con su permiso, la comparto con ustedes.

Al Hermano que Nunca Tuve y Siempre Quise

Te fuiste y me dejaste solo. Nadie lo sabía, pero eras mi compinche en todo. Me abandonaste sin querer, sin aviso, sin saber qué hacer. Eras el alma más noble que conocí. Peleábamos jugando; yo era el único que lograba sacarte de la casa, porque a ti no te gustaba salir.

Tu hermana, que por cosas de la vida también era mi hermana, me dijo lo orgulloso que estabas de mí, y eso me rompió algo por dentro… algo que no creí que se podía romper.

Leí una vez sobre el síndrome de Takotsubo, una miocardiopatía temporal que ocurre cuando alguien sufre un estrés emocional extremo, como la pérdida de un ser querido. Y puedo decirlo sin miedo: sentí eso. Fue como si me hubieran arrancado el corazón.

Nos criamos bien, con valores, con educación… pero nuestros padres nunca nos enseñaron a decir lo que sentíamos. Yo nunca te dije lo mucho que te quería y te admiraba. Lo feliz que me sentía cuando mami me decía: “Jeffrito, le voy a dar una ropa tuya a tu primo.”

Nunca volveré a sentirme igual que cuando escuchaba: “Jeffrito, ven a ver quién llegó.” Y eras tú, con tu sonrisa, diciendo: “Mi primo, dime a ver, ¿vamos para el gimnasio esta noche?”

Recuerdo cuando hacíamos pan a escondidas de mami y tú querías que yo fuera el último por si nos cachaban. Cuando te decía “vamos a salir” y tú, negado, pero lo hacías por mí. Cuando mi equipo jugó una final y fuiste el único que me acompañó y gritó los goles conmigo. Cuando una vez no tenía dinero, y tú, teniendo menos, me dijiste: “Jeffrito, coge lo mío, que lo mío es tuyo.”

Cuando leíste tu primer libro conmigo y me anotaste frases porque sabías que me gustaban. Cuando antes de dormir decíamos: “Vamos a dormirnos temprano”, y terminábamos filosofando dos horas.

Si sigo, las lágrimas no me dejan.

Te prometo, dondequiera que estés, que cuidaré de tu familia hasta donde mi cuerpo aguante. A ellos no les faltará nada, porque lo poco que tengo, si lo necesitan, será de ellos, como tú hiciste conmigo.

“La vida es sueño, y los sueños, sueños son.”

Hermano, te quiero y te extraño. Te llevaste un pedazo de mi corazón, y nada volverá a ser igual. Para no hacerlo más largo, dejo un poema que me enseñó mi padre, del dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca:

La vida es sueño

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Los sueños, sueños son, hermano. Y te prometo: nos reencontraremos.

Con lágrimas en los ojos,
tu hermano menor.

¿Cómo enfrentas tú la pérdida de un ser querido? Comparte en los comentarios un recuerdo o una reflexión que te haya ayudado a sanar. Hagamos de este espacio un lugar para honrar a quienes amamos y ya no están.